El día que me amigué con Chanel


Separar es siempre un problema. Separar implora por el utópico deseo de la objetividad. Cuando uno puede separar, lo que hace básicamente es declarar que uno no es un todo. Que ser drogadicto no te quita talento, que juntarte con un familiar de un político decadente no opaca el hecho de escribir un buen disco y que hacer bien una fellatio no te lleva a ser buena actriz.

Afirmar que Coco Chanel es una de las mujeres más emblemáticas de la historia mundial no es una hipérbole (si Ud. tuviera que vestir siempre un corsé, ir a la playa con vestidos y jamás poder abrir las piernas cuando está sentado bien entendería el poder de mis palabras). Gabrielle Chanel -aparte de todo lo antedicho- predicó la grandes verdades de que la simpleza es símbolo de elegancia, de que cuanto menos, mejor y de que la ostentación es un pecado. Entender esto es entender, también, el hecho de que todo lo que luego de su muerte devino (la imposibilidad de acceder a todo aquello que lleva su nombre) para nada empaña su lucha y sus logros.

Sobre esto pensaba ayer cuando salía de ver Coco avant Chanel, con Amélie (por siempre serás Amélie, Audrey) en la piel de la diseñadora. Es menester saber que cuando uno ve una biopic no está leyendo una biografía. Aquí también hay que separar. Los estudios cinematográficos no son The History Chanel y la historia que producen tiene que tener impacto, sobre todo en la taquilla, y si uno quiere absoluta fidelidad para algo están los libros (y ni así, me atrevo a declarar). Habiendo dicho eso, la película es muy disfrutable. Se las ingenia muy bien para justificar la inspiración de Coco cosechada a partir de su niñez en el orfanato, de los marineros en su visita adúltera a la playa y de los trajes de hombre que tenía a su alcance en su estadía en el campo.

Y como separar no es una tarea solamente voluntaria, también el destino del cual padecen las mujeres poderosas del mundo (desde Elizabeth I hasta Susana Giménez, por qué no y salvando las diferencias) las obliga a estimar su saldo separando los términos. Coco jamás se casó, su lucha, aparte de estética y social, fue la de poder canalizar sus deseos más profundos en otra vertiente que no fueran sus creaciones. Tuvo mil amantes y aun así permaneció soltera, soltera pero poderosa. Separar para ella(s) entonces, no se antoja como una búsqueda de la verdad absoluta, de un punto objetivo desde donde evaluar una situación, sino como un camino mediante el cual se pueda encontrar la tranquilidad para entender que alcanzar el todo es imposible.

5 comentarios:

Lisandro Capdevila dijo...

Que raro, no puedo relate con casi nada de lo que dice, no entiendo el uso de "separar" o quizás no coincida.
Lo más probable es que como la moda me significa lo mismo que un concurso de comedores de alcauciles -y eso que me gustan- esa sea la razón de mi distancia.
Aunque si me relate con la pasión, seguro le pasa lo mismo cuando le hablo de Mascherano.

DK!

Brenda V dijo...

No sabe la tarta de alcauciles que cené ayer, ahora que lo sé, la próxima vez lo invito.
Más allá de la pasión o no, hábleme de Masche que lo banco a full. La mitad del campo brilla cada vez que juega él.
Ahora, no sea puertorriqueño y use "identificar" para "relate", que la gente va a pensar que no sabe conjugar ni usar el verbo "relatar".

Joakkin dijo...

Queremos un biopic "Audrey antes de Amélie" con Paola Krum.
El lujo es vulgaridad.

Aldana Varela dijo...

A ver quién se anima ahora a hacer la versión rockera de la bio!

flor dijo...

Yo sólo diré algo de los alcauciles, me encantan. me encantan.

¿habrá algo masoquista en eso? tanta espina para llegar al cuore...

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