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Situar a una persona en territorio extranjero es una fórmula ya probada y comprobada de comicidad, que más allá de cierta virtud para elaborar gags, no precisa de ningún arte narrativo o esfuerzo de la imaginación. Lo sabe Francella, lo sabe Sofía, lo saben todos. Por tanto ordeñar una vaca, lamer unas medias y odiar la comida extranjera nunca dejan de ser lugares comunes, que amén de arrancarnos alguna carcajada, no aportan demasiado a nada.

Julie Delpy, actriz/productora/guionista/directora de 2 días de París no se pudo resistir a caer en la tentación de copiar una vez más este gesto trillado, y se mandó esta película que, aunque por momentos más que graciosa, no es más que lo que ya vimos una y otra vez. Pero su grave error -maldito ego el que nos corroe- fue haberse puesto ella misma en el papel de la protagonista. Harto sabido es que Julie es una insoportable atiborradora de palabras, a lo Lorelai Gilmore, puede decir un millón y medio de sílabas en el acotado espacio de tres segundos, pero a diferencia de esta última, medio de ese millón está plagado de contenido ideológico anti-globalista, verde y aburrido que jamás puede reprimir y que a pocos nos importa.

Una cosa sí hizo bien, supo de quien rodearse. Adam Goldberg es gracioso desde que el cine es cine y yo tengo uso de memoria, no hay cosa que he visto de él que no me haya hecho reír. Pero claro, es inevitable que un judío hipocondríaco y nervioso no nos remita, indefectiblemente, al gran Woody. Ahora, si a eso le sumamos los sospechosamente parecidos anteojos que usa la francesita y algún chistecito asquerosamente parecido al del gran Allen, bueno, eso ya no es parecerse ni hacer un homenaje, eso ya es robo. Y a mano armada.

Entonces es importante recordar que cuando la crítica especializada la compara con Woody, y se atreven a nombrarla como su sucesora, hay que saber de quién viene, esos malditos fracasados que jamás agarraron una lata de fílmico tienen tantas ganas de buscar sucesores de gente que ven cosas donde no hay. Porque en 2 días en París no hay nada, nada nuevo, nada lindo, nada más que lo que ya sabemos que funciona (más un final pedorro y cobarde) y que, si viniera de Will Ferrel, para la crítica sería una basura.

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