Got Milk


Hay películas que son buenas por los directores que las hacen, hay otras que lo son por el tema que tratan, otras tantas por la música que las acompañan, y muchas más (la gran mayoría) por los actores que las cuentan.

Lo supo Christopher Nolan cada vez que gritaba corte en su Caballero de la Noche, lo supo Olivier Dahan con Marion Cotillard en Vie en Rose, y lo supieron muchos directores más en películas que ahora no me viene en gana recordar.

Esto es un poco lo que sucede con Milk. Ok, sí, es una buena historia. Ok, sí, cuenta con un material de archivo que está zarpadamente bueno. Pero todo eso es fácilmente olvidable, todo eso se desdibuja con la más que tierna actuación de Sean Penn.

¡Resulta que Penn tiene dientes! ¡Y resulta que Penn sonríe! Su Harvey Milk es todo lo dulce, comprensivo y empático que esperamos de un gay militante de un movimiento que luche por los derechos de las minorías. Es imposible no conmoverse con su actuación y sentir pena por la forma en que se desencadenan los hechos. Pero puedo apostar mi vida que nada de ese despliegue de talento tiene que ver con Gus Van Sant. Penn, como esa raza de actores dotados de brillantez, no necesita ser dirigido, no necesita que ningún inflado director le diga cómo tiene que componer y ejecutar su personaje.

Ese es el motivo por el cual Milk es buena. No hay Gus Van Sant en ningún lado. Su marca, sus pasteles, sus tiempos, sus planos hombro, sus emboles no se perciben en ningún momento. Esa película podría haber sido dirigida por el payaso Mala Onda y aun así nada habría cambiado. Porque es una película de actuación y no de dirección.

Habiendo dicho todo esto, es más que esperable que Penn ilustre esta entrada. Pero la baba es más fuerte. James Franco estás más bueno...

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