Yada yada


Seinfeld pasó nueve años de cita en cita no porque le costara darse cuenta que quizás el amor estaba cerca y ya lo había transitado, ni porque usara esas zapatillas horrendas, ni porque viviera cerca de un lunático espasmódico o lo visitara un petiso fabulador y tacaño.

Pasó nueve años solo porque era, lisa y llanamente, un palo en el culo. Dedicó esa cantidad de años a mostrar todas las pequeñeces que pueden llegar a irritar más que el ladrido de cuatro perros en el medio de una fresca noche de verano.

La comedia que se desprendía de esa intolerancia funcionaba tan bien porque por sobre todas las cosas era sutil. Carecía de todos los lugares comunes en los que sistemáticamente caen las comedias de situación más facilistas. No he visto serie hasta el momento -y Dior sabe que dedico un tiempo más que considerable a ellas- donde las relaciones interpersonales se traten con tanta inteligencia, sagacidad y sencillez.

Resulta que Seinfeld (dando por sentado el hecho de que el crédito por todo lo anterior también deba ser atribuido al genial David) encontró una nueva faceta que explorar. Hoy, ya casado por la misma cantidad de tiempo que su único y mundialmente famoso producto televisivo estuvo en el aire, vuelve al horario estelar con su nueva fuente de inspiración: el matrimonio.

The Marriage Ref es un reality show de una hora que presentará parejas en conflicto. Con comentarios de famosos de por medio (lo que parece ser el recurso perfecto para garantizar continuidad o levantar muertos), un árbitro decidirá quién de los dos tiene la razón. Esto puesto en palabras huele sencillamente a sorete enlatado. Es decir, que una espera tan larga sea recompensada con un típico programa que People and Arts transmite en su horario estelar o con un talk show de la tarde conducido por Oprah Wimphrey (casualmente una de sus productoras está encargada del proyecto), es ridículo. Pero lo mismo pensaron los productores de NBC cuando vieron el piloto de Seinfeld; nunca pensaron que años después terminarían pagándoles una cantidad exorbitante de dólares por episodio con tal de que el programa no terminara.

Así que a meter los prejuicios en una caja de cereal y a esperar, no se sabe hasta cuándo, que tanta ausencia haya valido la pena.

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