Alta Suciedad


Tengo un millón y medio de políticas.

La de la verdad – antes que todas -, respetar la ley del karma, no tolerar la tardanza, no fumar antes del desayuno, aplicar honestidad brutal los lunes, no salir de juerga con el pelo mojado, cargar mi discurso de hipérboles, y todas las que faltan hasta alcanzar la cifra que encabeza este párrafo. (Si no saber contar se pudiera tomar como política, bien podría incluir la enumeración anterior).

Una de ellas, no sólo tiene la cualidad de calificar para entrar al grupo, sino también acarrea consecuencias devastadoras. La política de no bañarme los domingos, más allá de la resonancia a pop colombiano que implique, significa, indefectiblemente, que deba realizar el despreciado acto los lunes por la mañana. Los vicios del fin de semana impregnados en la piel no pueden soportarse mucho tiempo más. Ahora, si por una de esas casualidades (léase insomnio, holgazanería u odio inconmensurable para con el sistema) no me amigué con el jabón antes de comenzar la jornada laboral, eso puede significar sólo una cosa: mi semana va a apestar. Me van a explotar cincuenta veces más de lo normal, voy a fumar el triple de cigarrillos, voy a tener un centímetro más de úlcera y así...

Una y otra vez. Cada vez que comienzo la semana sucia, el maldito porvenir se encarga de recordarme que la suciedad sólo me lleva a la miseria.

Es por eso que acabo de crearme otra política: No desafiar las estadísticas divinas. Porque no, dejar de pelearme con el jabón no es una solución.

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